Pocos procesos electorales nos han llevado a un nivel de análisis tan profundo como este. La volatilidad electoral de un gran porcentaje de la población pendula entre el miedo, el enojo, el cansancio y la incertidumbre. Sobrevuela el castigo a quienes, bajo su responsabilidad, han puesto más energía en peleas internas que en resolver los problemas del país.
Por Carolina Pedelacq, concejala de Unión por la Patria de San Martín
Hace un tiempo leí de Diego Sztulwark: “Milei fue durante unos cuantos meses el instrumento de los humillados para humillar a sus humilladores (la casta)”. Buena síntesis. El furibundo que jura venganza, encontró a cientos de miles que ven en él una especie de justiciero de aspecto cercano, emocional, que dice lo que muchos no se animan a decir.
Un ejemplo es el enorme componente de varones dentro del electorado del llamado “libertario”. Un sujeto social que se ha visto “amenazado personalmente” por los avances del feminismo y que ve en el representante de LLA, una “revancha” ante el protagonismo de mujeres y comunidad LGBTIQ.
Poco importa la factibilidad de sus promesas. Conclusión más cercana a una creencia que a una deducción lógica, que nada tendría de malo si se diera en el plano de la religión, pero resulta que se trata de la opción de un gobierno cuya tarea debiera ser resolver (muchos) problemas concretos.
Otro aspecto de Milei es la incorrección política. Nunca me cerró del todo caracterizarlo como un loco, pues hasta me parece sano e interesante desafiar la normalidad. Pero no sería el caso. Sencillamente, su figura ha dado luz verde a la liberación pública de la violencia contenida en personas que se sienten avasalladas o que son violentas per se y que han encontrado el permiso para ser unos imbéciles a la luz del día.
Ahora bien, qué pasa con todas esas premisas de venganza a la casta cuando el personaje se ha adentrado y empapado de la recalcitrante casta no solo política sino dirigencial futbolística, empresarial y camorrera como Mauricio Macri ¿Es posible ser casta y combatirla acatando sus órdenes?
Sinceramente, y lo digo muy en serio, siento algo de pena por aquellos seguidores del candidato que de verdad y de corazón creían que era él quien iba a hacer justicia y revancha por ellos. Como una persona que milita, que intenta hacer las cosas bien, también me siento profundamente decepcionada de quienes utilizan el campo de posibilidades de la política para beneficio propio.
Sin embargo, eso no me hace descreer y desafiar el sistema que durante tantos SIGLOS hemos ido construyendo y tratando de mejorar. Siento rechazo a la burocracia desmedida, pero necesitamos optimizar, rehacer, aprender de lo que no funciona y apostar. No sembrar la idea de la absoluta conspiración esquizoide en cada rincón de los andamiajes de nuestra institucionalidad.
Por eso, en estos meses de abundancia de análisis, es indispensable posicionarse haciendo el mayor esfuerzo posible por separar la emocionalidad del raciocinio. No porque la emocionalidad sea inválida, sino justamente porque hasta en un revisionismo individual ¿hasta donde nos ha llevado el enojo y la ira en nuestras vidas personales?
Quienes tienen y tenemos algún grado de responsabilidad pública debemos tomar muy en serio el mensaje. Pero también necesitamos construir acuerdos para que toda esa violencia y hostilidad que vivimos en las calles, en el trabajo, en la casa, en cada espacio vincular, se transforme en una voluntad de abrir nuevos caminos.
Es urgente construir un gran acuerdo nacional, donde las prioridades se fijen en reconstruir una economía y un tejido social que nos permitan convivir en paz y proyectarnos a largo plazo. Y en eso, no solamente la dirigencia tiene ese deber, también lo tienen todas y cada una de las personas que habitamos este hermoso país. Ese es el camino, y solo uno de los dos candidatos es el que lo está proponiendo.
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Quedan pocas horas, y los intentos de alertar el fraude dejan claro hasta dónde son capaces de llegar en el caso de no conseguir la victoria. Ni más ni menos que la copia refritada de la derrota del trumpismo gringo o del bolsonarismo brasilero. Estamos obligadxs a ver la responsabilidad que nos toca en este brote de surgimiento fascista, que si bien parecería ser un fenómeno global, el monstruo también se alimenta de nuestros desaciertos y errores.
Frente al riesgo inminente, el pueblo identificó claramente a su enemigo, y tomó el bastón de mariscal. Fue la gente que sin estar necesariamente organizada políticamente asumió la tarea patriótica como propia y decidió accionar en consecuencia. Animarse a hablar en un tren, en un subte, dejar un mensaje en el ascensor del edificio, golpear la puerta a sus vecinos, hasta hablar con el odioso de la familia, todo todo, ante la posibilidad de perder todo aquello que tantas lágrimas y sangre ha costado en nuestra historia.
Hoy nos queda la tarea de asumir las responsabilidades futuras, demostrar que de verdad la patria vale más que las disputas internas, de que perdernos en las discusiones secundarias pueden realmente poner en juego décadas de avances populares. Quien no esté dispuesto a poner la patria por delante, la pone en riesgo. Porque todo, todo aquello que creemos ganado, podría perderse una vez más.
PD: La Renga es nuestra