Por Adrián Cordara
El primer cimbronazo se sintió hace algunas semanas con la corrida cambiaria y la incertidumbre creciente por la macroeconomía argentina. Siempre fundamental a la hora de definir continuidades o emitir castigos electorales. Paradójicamente, con diferencia de días, lejos quedaron los tiempos donde desde el interior de Cambiemos ya se analizaba cuál iba a ser la sucesión de Macri en 2023. El sol del gran triunfo en los comicios del 2017, quedó bloqueado por los nubarrones “verdes”, que generaron –y aún lo hacen- momentos de zozobra en todos los habitantes.
Si bien los primeros dos años no fueron ideales, con algunos aciertos como la normalización del INDEC o la motorización de la obra pública, entre otros, el gobierno logró que gran parte del electorado le diese un respaldo electoral en 2017, basado más en una cuestión de esperanza, que de resultados concretos. Una suerte de palmada en la espalda.
Sin embargo, el 2018 es sin dudas el año más complejo para la administración Macri. Desde el comienzo del mismo hasta hoy, la moneda nacional se devaluó cinco pesos –o más- con respecto al dólar, las tasas están al 40%, se disparó la inflación y como corolario, se volvió a pedir un préstamo al Fondo Monetario Internacional. Un combo explosivo que haría mella en cualquier dirigente y espacio político, y Mauricio Macri y Cambiemos no son la excepción.
En este contexto, los intendentes “cambiemitas” del Conurbano siempre fueron un punto fuerte para el espacio. Jefes comunales jóvenes, con caras nuevas –no en todos los casos-, que llegaron para terminar con la era de los Barones del Conurbano.
Con gestión y fuerte respaldo desde lo económico de Nación y Provincia, se hicieron de imágenes positivas frente a los vecinos de cada uno de sus distritos. Más allá del incremento de tarifas o alguna otra medida que generara molestia en la sociedad, hasta hace muy poco, los intendentes gozaban de cierta tranquilidad para gestionar, tras una Provincia y muchísimos municipios gobernados por el peronismo durante décadas.
Pero la compleja situación económica nacional comenzó a inquietarlos a principios del 2018 y a preocuparlos desde hace algunas semanas. Si bien no lo dicen a “viva voz”, en sus respectivas mesas chicas reconocen que ya no ven con tranquilidad el horizonte del 2019. Se preguntan si la macroeconomía “se los puede llevar puestos”. Si alcanzará con hacer una muy buena gestión local para lograr la continuidad del proyecto en el pago chico, que muchas veces está atado a lo que suceda en Provincia y Nación.
Para colmo, uno de los “caballitos de batalla” de Cambiemos en el Conurbano, era la gran cantidad de obra pública desplegada durante 2016-2017, que le cambió la cara a algunos territorios y le valió parte del respaldo obtenido en las legislativas. Obra pública que, en este contexto económico y con la intervención del FMI, bajara drásticamente en intensidad y cantidad.
No obstante, los intendentes están preparados para “dar la pelea” y ya bajaron línea a sus respectivos gabinetes y equipos para redoblar la apuesta, trabajar más fuerte y marcar más presencia que nunca en la calle. Confían en el respaldo del vecino y en la valoración que ellos hacen de cada una de sus gestiones. Pero, por supuesto, también entienden que necesitan que desde Nación “enderecen el barco” si es que se quiere la continuidad del proyecto Cambiemos así como se lo conoce.
Al otro lado del río
Pero también se sabe que en “la otra orilla”, el peronismo está lejos de encontrar el camino a la unidad y de hallar una figura de relevancia que aglutine el grueso del espectro justicialista. Eso, sumado a la posibilidad de que CFK finalmente pueda ser candidata–teniendo en cuenta su discutida imagen-, le ofrece a Cambiemos «cierto alivio» para intentar volver a conectar con esa gran porción de clase media que le dio su voto en 2015 y 2017. El peronismo, aún está sumergido en su laberinto, pero esa…esa es otra historia.
